He estado pensando mucho en cómo la creatividad se siente como algo interior que espera desbordarse, como una mente que crece más allá de sus límites. En una de mis piezas recientes, exploro eso de la forma más literal posible: un jarrón con forma de cabeza abierta, su boca con un borde dentado que se desangra en flor. Ese contraste —vasija y flor— es donde el pensamiento se convierte en sentimiento y la vida interior se convierte en emoción visible.

Póster floral rojo y naranja "VASE"
Para mí, la obra de arte funciona como una especie de cabeza simbólica: abierta por arriba, porosa, lista para verter lo que habita en su interior: sueños, recuerdos, fragmentos sensoriales que recopilo con el tiempo. El borde dentado, casi como un diente, parece al principio una barrera o una boca cerrada, pero en lugar de palabras o agresión, libera suaves pétalos, zarcillos, formas florecientes. Es menos un grito que una lenta exhalación.
Creo que ese borde refleja la tensión entre pensar y hablar. Las líneas son ásperas, desiguales; quizá una frontera entre el silencio interior y la expresión exterior. Pero en lugar de lenguaje hablado, lo que se derrama es un discurso floral: poesía delicada y visual que comunica sin gritos. La boca se convierte en un jardín.
Esta dualidad —cómo el mundo interior se transforma en exterior, y viceversa— es un tema recurrente para mí. Y en esta pieza con cabeza de jarrón, las formas florecientes sustituyen al habla; la suavidad se convierte en comunicación.
Flores, enredaderas, formas: hablan con color y movimiento. No discuten. No exigen atención. La invitan. Los rojos, naranjas y tonos pastel brillantes se reúnen alrededor del recipiente abierto en una especie de melodía visual, sugiriendo que la vulnerabilidad y la dulzura tienen su propia fuerza.

A menudo pienso en la expresión emocional en nuestro mundo hiperestimulado. A veces se espera que las palabras sean fuertes, que tengan peso; sin embargo, muchos encontramos seguridad en modos más suaves. Aquí, la boca en el jarrón no es agresiva; simplemente está ausente. Y en su ausencia, permite que las flores florezcan de todos modos, que hablen.
Esta pieza no trata sobre el recipiente que contiene las cosas, sino sobre dar forma a lo que quiere salir. Es una representación física de cómo la creatividad a menudo brota cuando le creamos espacio. El borde irregular es imperfecto, abierto y, de alguna manera, protector: una paradoja que me resulta profundamente sincera. Dice: «Puede que esté fracturado, pero permito que surja».
Visualmente, el jarrón ocupa casi todo el marco, y las flores se expanden hasta tocar los bordes. Tiene una plenitud que no resulta abrumadora, sino equilibrada. Es intencional: el recipiente y lo que emerge deben sentirse conectados, inseparables. Quiero que se sienta vivo, vibrante, con múltiples capas.
Las suaves curvas y las formas rítmicas hablan de cómo la vida emocional no siempre es lineal: es háptica, cíclica e intuitiva. La cabeza abierta se convierte en una metáfora de la receptividad y la liberación emocional. Nos recuerda que lo que albergamos en nuestro interior puede transformarse en algo generoso, hermoso y sanador, incluso cuando nos sentimos ásperos.