Una era de polinización cruzada
La década de 1960 fue una década de agitación, experimentación e imaginación radical. Tanto en el arte como en la literatura, se desvanecieron las fronteras: entre la realidad y el sueño, entre la historia y el mito, entre la política y el inconsciente. El surrealismo, nacido antes en Europa, cobró nueva vida en todos los continentes, moldeando tanto la palabra escrita como la cultura visual.
Esta fue la década del auge literario latinoamericano, cuando escritores como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes llevaron al público global historias que desafiaban las leyes de la lógica. Al mismo tiempo, artistas visuales de Latinoamérica y otros lugares creaban pinturas, collages y carteles que reflejaban estas estrategias narrativas: yuxtaponiendo lo cotidiano con lo siniestro, superponiendo lo real con lo imposible.
El boom latinoamericano
Rayuela (1963), de Julio Cortázar, convirtió la novela en un juego, un texto que podía leerse en múltiples secuencias, evocando la fragmentación del collage surrealista. Cien años de soledad (1967), de Gabriel García Márquez, transformó la historia de una familia y un continente en un mito, donde los fantasmas caminaban junto a los vivos y el tiempo se replegaba sobre sí mismo.
Estas obras desdibujaron categorías: la realidad política se convirtió en alegoría, la memoria en sueño y la imaginación en una forma de decir la verdad.
Cultura visual surrealista
En las artes visuales de la década de 1960, se estaban produciendo transformaciones similares. Pintoras como Leonora Carrington y Remedios Varo evocaban escenas oníricas donde las figuras se disolvían en híbridos mitológicos. En los carteles y el diseño gráfico, especialmente aquellos vinculados a los movimientos de la contracultura, las audaces imágenes surrealistas —ojos flotantes, rostros distorsionados, arquitecturas imposibles— evocaban los experimentos narrativos de la literatura.

Incluso el cine de la década reflejó esta polinización cruzada. Películas de directores como Alejandro Jodorowsky combinaron el exceso visual con la narrativa alegórica, llevando el lenguaje de la literatura surrealista a la imagen en movimiento.
Estrategias compartidas de lo surrealista
Lo que unía a estos diferentes medios era la creencia compartida de que la realidad por sí sola era insuficiente. La década de 1960 estuvo marcada por la turbulencia política, la descolonización, el malestar social y la revolución cultural. Para representar tal complejidad, artistas y escritores recurrieron a estrategias surrealistas: la exageración, la distorsión, el mito y el sueño.

Las narrativas inconexas de Cortázar reflejaban imágenes de collage; el realismo mágico de García Márquez resonaba en pinturas donde la botánica florecía en colores imposibles; la poesía experimental resonaba en carteles psicodélicos. Lo surrealista se convirtió en un lenguaje común en todos los medios.
El surrealismo y el arte mural simbólico en la actualidad
Los ecos de esta polinización cruzada persisten en el arte mural contemporáneo, simbólico y surrealista. Retratos impregnados de híbridos botánicos, pósteres con capas de geometría onírica u obras de arte que yuxtaponen ternura con motivos inquietantes: todos continúan el diálogo entre la literatura y la imaginación visual.
Así como los escritores del boom transformaron la historia en mito, el arte simbólico contemporáneo traduce los estados internos en alegorías visuales. Ambas formas nos recuerdan que lo surrealista no es escapismo, sino una forma de confrontar la realidad en su máxima expresión.
Los años 60 como legado surrealista
Los surrealistas años 60 son un testimonio del poder de la imaginación interdisciplinaria. La literatura alimentó al arte, y el arte a la literatura, hasta que ambos se entrelazaron en una visión cultural más amplia. Juntos, crearon mundos donde la memoria era indistinguible del sueño, donde la historia cargaba con el peso del mito y donde la imaginación era en sí misma una forma de resistencia.
Este legado perdura. En cada grabado surrealista, en cada retrato simbólico, vislumbramos el legado de los años 60, una época que nos enseñó que las fronteras entre el arte y la literatura, el sueño y la realidad, no son muros, sino umbrales.