Cuando un solo rostro no basta para contener una emoción
En muchas de mis obras, un solo rostro no puede contener la totalidad del estado emocional de la figura. Los sentimientos rara vez se presentan de forma clara y singular. Se superponen, se contradicen y resuenan en la mente. Al pintar rostros dobles o triples, permito que estas capas internas se hagan visibles. La repetición no es decorativa, sino psicológica. Expresa el momento en que la identidad se siente fragmentada, cuando el pensamiento y el instinto chocan, o cuando dos versiones del yo coexisten en un mismo aliento.
Perfiles reflejados como diálogo interno
Los rostros reflejados a menudo se asemejan a una conversación que se desarrolla enteramente en la mente. Dos perfiles que miran en direcciones opuestas evocan un diálogo: pasado y presente, deseo y represión, anhelo y temor. La duplicación se convierte en una metáfora visual de la introspección. La figura parece escucharse a sí misma, discutir consigo misma o buscar claridad a través de la tensión interna. Estas formas reflejadas se sienten como autorretratos emocionales: una conversación privada hecha visible.

Rostros triplicados como ecos emocionales
Cuando pinto tres rostros superpuestos o alineados, la atmósfera se vuelve aún más compleja. Cada rostro presenta una expresión ligeramente distinta o una postura sutilmente diferente. Se comportan como ecos emocionales: una versión toma la delantera, otra titubea, otra se queda rezagada. Esta estructura captura la forma en que los pensamientos se propagan por la conciencia. El espectador percibe el movimiento de la emoción, no solo su resultado estático. La multiplicidad se convierte en una manera de representar el tiempo: un instante que se despliega en tres sentimientos paralelos.

La dualidad entre lo visible y lo oculto
Un rostro doble suele resaltar la tensión entre lo que se muestra externamente y lo que permanece tácito. Un rostro puede transmitir calma, mientras que el otro sugiere incertidumbre o vulnerabilidad. Esta dualidad indica que la identidad es compleja: una superficie y una profundidad, una expresión y una contraexpresión. Refleja la experiencia emocional real, donde la verdad rara vez se encuentra completamente a la vista. Al revelar el rostro oculto junto al visible, la obra expone la verdad emocional de forma más directa que el realismo.
Multiplicidad dentro de la botánica surrealista
En mis retratos botánico-surrealistas, los rostros dobles o triples suelen entrelazarse con pétalos, tallos o formas florales a modo de halo. Las formas orgánicas reflejan la multiplicidad de la figura. Las capas de pétalos evocan las capas emocionales. Los tallos ramificados se asemejan a los caminos del pensamiento. La simetría floral crea una estructura que mantiene en equilibrio la identidad dual o triple. El resultado es una figura que se presenta simultáneamente humana, simbólica y mítica: una persona que se expande hacia la emoción.

Una expresión visual del movimiento psíquico
La multiplicidad introduce movimiento en la quietud. Incluso cuando los rostros están congelados, su repetición sugiere un movimiento interior: un estado mental cambiante, una decisión que se forma, un recuerdo que resurge. Estos rostros se comportan como destellos de pensamiento, rápidos cambios de sentimiento o el fantasma de un yo anterior que persiste en el presente. La obra de arte se convierte en una forma de registrar el movimiento invisible de la psique.
¿Por qué la multiplicidad se siente tan íntima?
Existe una vulnerabilidad al mostrar más de una versión de uno mismo. Un rostro duplicado revela contradicción; un rostro triplicado, complejidad. En lugar de una identidad pulida y unificada, la obra presenta algo crudo y honesto: el interior complejo de una persona que piensa, siente y cambia.
La multiplicidad convierte el retrato en un mapa emocional viviente. Permite al espectador presenciar el cambiante mundo interior que subyace a una sola expresión: un mundo donde el yo nunca es fijo, siempre se transforma, siempre dialoga consigo mismo en silencio.