Cuando pinto ojos, no los considero meros órganos de la vista: son espejos, portales y testigos. Aparecen en mis pinturas acrílicas originales, obras de técnica mixta y composiciones botánicas surrealistas como símbolos vivientes de la conciencia. Para mí, los ojos representan no solo lo que vemos, sino también lo que sentimos cuando somos realmente vistos.
En mi proceso creativo, la visión no es una observación pasiva. Es una forma de intimidad: entre el observador y la obra, entre el lienzo y yo, entre el mundo interior y el exterior. El recurrente motivo del ojo en mis pinturas refleja cómo la percepción misma se vuelve emocional, fluida y vulnerable.
Ver como sentir
En el arte simbólico y surrealista, el ojo siempre ha tenido poder. Puede proteger, revelar o exponer. Desde el antiguo Ojo de Horus egipcio hasta el retrato renacentista, los ojos han estado imbuidos de la idea de conocimiento y consciencia.
Pero cuando incluyo ojos en mis pinturas originales, no me refiero directamente a la historia, sino a su carga emocional. Veo los ojos como puentes entre la experiencia humana y la abstracción. Pueden florecer dentro de las flores, aparecer en los pétalos o emerger de formas sombrías. Se convierten en parte de un paisaje vivo de observación, donde la visión se transforma en empatía.
Hay algo tierno en eso: la idea de que una obra de arte pueda devolverte la mirada. En mis pinturas originales surrealistas, los ojos suelen aparecer entrecerrados, con capas de textura o rodeados de formas florales o metálicas. No miran fijamente; respiran. Sienten. Nos recuerdan que la mirada nunca es unidireccional, que ver la belleza también significa estar expuesto a ella.
El ojo como símbolo en el arte surrealista y botánico
El simbolismo de los ojos va mucho más allá de lo literal. En mis pinturas de técnica mixta, el ojo a menudo se fusiona con formas orgánicas: hojas, raíces, tallos o pétalos abstractos. Esta interrelación expresa cómo las emociones humanas se arraigan en el mundo natural.
La presencia surrealista, a veces onírica, de los ojos en las obras originales refleja cómo el acto de ver conecta cuerpo y espíritu. Los acentos metálicos, la textura acrílica en capas o los acabados brillantes crean una sensación de humedad, de algo vivo y observador.
Cada pincelada se convierte en parte de una anatomía de la atención. El ojo —ya sea central o oculto entre las formas— se convierte en el pulso de la pintura. Transforma la pieza en algo consciente, incluso sensible.
Cuando creo estas obras de arte originales y simbólicas, pienso en ellas como conversaciones sobre la conciencia: cómo vemos el mundo, cómo nos ve y cómo la verdad cambia dependiendo de quién mira.
El lenguaje emocional de la visión
La visión en el arte rara vez es neutral. Proyectamos sobre lo que vemos. Cuando un espectador se encuentra frente a una pintura simbólica llena de ojos en capas, suele describir una mezcla de atracción e inquietud: una sensación de que algo lo comprende más profundamente de lo que esperaba.
Esa fricción emocional es intencional. El ojo es uno de los pocos símbolos que pueden albergar simultáneamente amor, miedo y reconocimiento. Cuestiona si ser visto es un alivio o una amenaza.
En mis obras acrílicas originales, suelo utilizar superficies contrastantes —fondos mate contra pintura metálica reflectante— para evocar esa dualidad. El espectador se mueve, la luz cambia y, de repente, la mirada cambia. Lo que antes era tranquilo se vuelve nítido; lo que parecía cerrado se abre. Este diálogo entre la obra y el espectador es la razón principal por la que pinto ojos: permiten que la pintura vea de vuelta.
El arte original como reflejo de la visión interior
Cada pintura original que creo parte de una cuestión de percepción. ¿Qué significa ver el mundo no solo visualmente, sino también emocionalmente? ¿Qué significa sentirse observado: por la memoria, por la naturaleza, por el propio reflejo?
En mis murales simbólicos y pinturas surrealistas, los ojos actúan como anclas emocionales. Son el corazón de la composición, incluso cuando son pequeños o están ocultos. Me recuerdan que el arte es una forma de autoconocimiento, una manera de confrontar lo invisible a través del color, la forma y el ritmo.
Poseer o vivir con una pintura original que representa ojos cambia la atmósfera de un espacio. Aporta presencia. Crea la sensación de que la habitación misma es consciente, de que tu mundo interior se refleja en la obra de arte.
Al pintar ojos, no solo exploro la visión, sino que creo un diálogo entre ver y ser visto, entre lo consciente y lo subconsciente. Cada mirada es a la vez una invitación y un límite. Protege, cuestiona y reflexiona.
Y tal vez eso es lo que el arte siempre hace: recordarnos que no somos sólo observadores de la belleza: también somos parte de su mirada.