Sentimientos que se convierten en criaturas
Guillermo del Toro posee un don singular: transforma las emociones en seres. Sus criaturas nunca son meros monstruos; son la encarnación del miedo, la añoranza, la inocencia, el dolor y el conflicto interno. Esta forma de dar forma al sentimiento resuena profundamente con mi propia estética surrealista. Cuando creo retratos, las emociones que habitan la figura rara vez permanecen abstractas. Se materializan en el brillo alrededor de los ojos, en las distorsiones reflejadas y, sobre todo, en formas botánicas que palpitan con una intensidad silenciosa. Los sentimientos se convierten en criaturas: no animales ni monstruos literales, sino formas simbólicas que transmiten una verdad emocional.

Lo humano-monstruoso como honestidad emocional
Del Toro suele decir que los monstruos son los personajes más honestos de sus historias. Revelan la vulnerabilidad como pocos humanos pueden. En mi arte, las distorsiones surrealistas del rostro —un ojo doble, una mandíbula suavizada, una forma botánica que emerge de una mejilla— se hacen eco de esta idea. Estos elementos no buscan inquietar; revelan capas subyacentes. Las figuras se convierten en seres emotivos, moldeados por la sensibilidad más que por la perfección. Su silenciosa extrañeza es simplemente la textura visible del sentimiento, muy parecida a la de las criaturas que pueblan los mundos cinematográficos de Del Toro.
Las plantas como emociones vivas
Las plantas luminosas de mis retratos se comportan como organismos emocionales. No son elementos decorativos; actúan como expresiones vivas de un suave horror, ternura, memoria o deseo. Un pétalo reflejado puede insinuar la dualidad. Una semilla luminosa puede representar una verdad en desarrollo. Un zarcillo enroscado puede albergar ansiedad o anticipación. Del Toro suele utilizar materia orgánica —raíces, insectos, hongos, flores— como lenguaje emocional, texturas que revelan el estado interior de sus personajes. En mi obra, las plantas heredan este papel, convirtiéndose en criaturas emocionales por derecho propio.

La luz como movimiento interior
Una de las señas de identidad de Del Toro es su uso de la luz para indicar sentimientos: cálidos resplandores para la ternura, tonos profundos para el dolor, contrastes saturados para la agitación. En mis retratos, la luz interior cumple la misma función. Una mejilla con un brillo rosado transmite vitalidad. Un centro botánico que irradia amarillo o rojo parece contener un pulso. Un suave destello verde evoca intuición, mientras que una sombra azul añade distancia o reflexión. Estos colores y luces se comportan como organismos vivos dentro de la figura, cambiando con la intensidad emocional.
Bordes surrealistas y transformación suave
Las criaturas de Del Toro a menudo se encuentran al borde de la transformación: a medio formar, a medio disolverse, moldeadas por fuerzas tanto internas como externas. Mis retratos existen en este mismo espacio liminal. Los bordes surrealistas —donde un pétalo se funde con la piel o donde dos rostros se unen en uno— sugieren un cambio emocional. Estas transiciones son silenciosas pero significativas. Describen momentos en que el sentimiento comienza a alterar la identidad, cuando el mundo interior empieza a dar forma a la apariencia exterior. Lo surrealista no es una evasión; es un método para mostrar lo invisible.

La ternura en la oscuridad
Lo que hace inolvidables a las criaturas emocionales de Del Toro no es su extrañeza, sino su ternura. Incluso rodeadas de sombras, transmiten fragilidad, anhelo e inocencia. Mis retratos se inspiran en esta atmósfera. Los fondos oscuros no son violentos; son protectores. Las sombras resultan íntimas. La suavidad de la expresión de la figura, incluso enmarcada por elementos surrealistas o inquietantes, mantiene abierto el centro emocional. La oscuridad se convierte en un refugio para las formas de sentimiento, casi como criaturas, en lugar de una amenaza.
Los sentimientos como seres
Cuando las emociones se materializan en criaturas —botánicas, simbólicas o surrealistas— se vuelven más fáciles de reconocer. Del Toro lo logra con maestría, pero la idea se traslada naturalmente al retrato surrealista contemporáneo. En mi obra, los sentimientos no son metáforas; se convierten en entidades visuales. Un retrato con rasgos reflejados revela un conflicto interno. Un halo floral expresa intuición. Un pétalo brillante, semejante a una lágrima, señala vulnerabilidad. Estas imágenes funcionan como seres emocionales que acompañan a la figura, ofreciendo una visión de su mundo interior.

Un lenguaje surrealista de la emoción viva
En definitiva, las criaturas de mis retratos no son personajes, sino encarnaciones: maneras de dar forma a la verdad emocional. Mediante la luz, el color, la distorsión surrealista y el simbolismo botánico, la obra habla el lenguaje de la emoción viva. Este enfoque se inspira profundamente en la sutil oscuridad de Guillermo del Toro, donde los sentimientos pueden manifestarse sin vergüenza ni temor. En mi propia práctica, estas criaturas emocionales se convierten en un puente entre la experiencia interior y la narrativa visual, recordándonos que aquello que sentimos intangible en nuestro interior puede encontrar forma, ternura y presencia en el arte.