¿Bonito, hortera o genial? Cómo el kitsch desafía las jerarquías artísticas

Kitsch siempre ha sido una palabra cargada de prejuicios. Para algunos, significa "barato", "de mal gusto" o "sentimental". Para otros, es una insignia de honor, una audaz aceptación de lo que el mundo del arte rechaza. Pero ya sea que pongas los ojos en blanco ante cuadros de terciopelo de Elvis o cuelgues con orgullo carteles de neón en tu sala, el kitsch se niega a desaparecer .

Póster de arte de pared con retrato vanguardista con figura femenina surrealista, tonos rojos y turquesas intensos y diseño simbólico de corazón con tatuaje, impresión moderna.

De hecho, el kitsch desafía los fundamentos mismos del «buen gusto». Plantea preguntas incómodas: ¿Quién decide qué es bello? ¿Qué hace que algo sea arte serio y otra cosa, mera decoración? ¿Por qué tanta gente encuentra placer en las mismas imágenes que los críticos aman odiar?

La respuesta está en cómo el kitsch funciona como rebelión: contra el elitismo, contra la restricción cultural y contra la idea de que el arte siempre debe ser restringido para ser significativo.


Definiendo el kitsch: Una historia del “mal gusto”

El término «kitsch» surgió por primera vez en la Alemania del siglo XIX para describir imágenes baratas, producidas en masa y vendidas a turistas. Para el siglo XX, se convirtió en un término instrumental en la crítica de arte, utilizado para desestimar cualquier cosa sentimental, decorativa o excesivamente emocional.

Pero el kitsch también se convirtió en una poderosa herramienta para reflexionar sobre la cultura. Filósofos como Clement Greenberg lo condenaron como lo opuesto a la experimentación vanguardista. Milan Kundera, en La insoportable levedad del ser , describió el kitsch como «la negación de la mierda»: una forma de hacer la vida demasiado dulce, demasiado limpia, demasiado agradable.

Y, sin embargo, cuanto más condenaban los críticos el kitsch, más gente lo aceptaba. Desde figuras de porcelana hasta carteles de campamentos, desde iconos religiosos hasta bolas de nieve de recuerdo, el kitsch seguía siendo apreciado precisamente por ser accesible y familiar.


Buen gusto, subculturas y rebelión

El buen gusto nunca es neutral. Está determinado por la clase social, la educación y las jerarquías sociales. Lo que se considera elegante en una comunidad puede parecer frío o estéril en otra. El gusto, en este sentido, es capital cultural: señala la pertenencia a un grupo.

El kitsch invierte esta jerarquía. Al celebrar lo que los críticos llaman "mal gusto", la gente crea sus propias subculturas. Pensemos en los folletos punk con tipografías caóticas , la estética drag queer con brillo y exageración , o los carteles rave de los 90 con una sobrecarga de neón . Todos estos utilizan el kitsch deliberadamente para rechazar la moderación de la clase media.

Lo que es vulgar para la élite se vuelve empoderante para el forastero . El kitsch crea identidad, solidaridad y rebelión en forma visual.


El kitsch como filosofía del exceso

El kitsch se nutre de la exageración. No susurra, sino que grita. Una lámina kitsch no se conforma con tonos apagados; explota en rosas brillantes, dorados y purpurina. Una estatua kitsch no sugiere, sino que dramatiza.

Filosóficamente, el kitsch es una crítica al minimalismo y la austeridad. Mientras que el arte culto suele celebrar la pureza y la reducción, el kitsch abraza la abundancia y el sentimentalismo . Insiste en que la alegría, el humor e incluso la vergüenza tienen cabida en el arte.

Por eso el kitsch se vincula tan estrechamente con lo camp , una sensibilidad que Susan Sontag describió como «el amor por lo antinatural: por el artificio y la exageración». Tanto lo camp como el kitsch exponen la fragilidad del buen gusto.


De baratijas de mal gusto a pósteres de arte mural

En los interiores, el kitsch siempre ha prosperado. El querubín de yeso, el papel pintado floral, el flamenco rosa gigante: cada objeto cuenta una historia de placer personal más que de aprobación cultural.

Hoy en día, el kitsch ha regresado a través de láminas y pósteres de arte mural que rebosan ironía, humor y una exageración lúdica. Un floral surrealista en tonos neón, un retrato híbrido maximalista o una tipografía atrevida con eslóganes absurdos pueden resultar divertidos y profundos.

Al colgar una pieza de arte de inspiración kitsch, no solo decoras; participas en una tradición de desafiar el elitismo a través de la estética .


Mi obra: El kitsch como desafío lúdico

En mi propio arte, a menudo incorporo elementos que podrían resultar excesivos: flores surrealistas, patrones maximalistas, híbridos simbólicos audaces. Estas elecciones rozan lo kitsch, porque trascienden el "buen gusto" y se adentran en un territorio excesivo, lúdico y consciente.

Póster genial con colores abstractos vibrantes, ideal para una decoración del hogar maximalista.

Un estampado floral en un rosa impactante, un retrato simbólico que mezcla el folclore con la estética pop: estas son obras que no se disculpan por su audacia. Transmiten el espíritu del kitsch: arte que se atreve a ser demasiado decorativo, demasiado sentimental, demasiado extraño.


Por qué el kitsch sigue siendo importante

El kitsch es más que recuerdos horteras o decoración irónica. Es una filosofía de rebelión contra el gusto elitista . Al acoger lo que los críticos rechazan, el kitsch devuelve el poder a la gente: democratiza el arte.

Al elegir láminas y pósteres de arte mural de inspiración kitsch , transmites una idea: el arte no tiene por qué seguir reglas para ser relevante. Puede ser divertido, sentimental, excesivo o incluso vergonzoso, y aun así ser profundo.

El kitsch nos recuerda que el arte no es sólo cuestión de juicio; es cuestión de alegría, memoria y libertad.

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