Cada cuadro comienza con un sentimiento que no puedo explicar con palabras.
Puede ser un rastro de melancolía, un momento de ternura o un sueño que se niega a desvanecerse al despertar. Nunca empiezo con un concepto completo, solo con una vibración emocional que intento traducir en algo visual. El simbolismo se convierte en mi forma de dar sentido a esas sensaciones, y la fantasía les da forma.
No considero mi arte surrealista o fantástico una forma de escapismo. No se trata de inventar otro mundo, sino de ver este de forma diferente. Los símbolos me permiten tomar algo interno, invisible y profundamente humano, y expresarlo a través de la forma, el color y el ritmo. Cada pintura se convierte en un mapa de emociones, un lenguaje visual a medio camino entre la memoria y la imaginación.
Del sentimiento a la imagen
Cuando la emoción llega, rara vez llega con claridad. Es cruda, abstracta, difícil de retener. Por eso construyo imágenes intuitivamente. Me dejo guiar por los gestos: una línea fluida, un contraste repentino de colores, el impulso de añadir texturas metálicas o reflectantes.
A menudo empiezo con un elemento simbólico con carga emocional: un ojo, una flor, una cuerda, una gota, una raíz. Estos motivos se repiten en mis pinturas y láminas originales, adquiriendo cada vez un nuevo significado. El ojo puede representar la conciencia un día y la fragilidad al siguiente. La flor puede representar el crecimiento, pero también el silencio.
Trabajar con técnicas mixtas me permite superponer emociones de la misma manera que superponemos pensamientos: lenta e imperfectamente, permitiendo que la transparencia y la contradicción coexistan. En ese proceso, el color se convierte en la emoción misma: violeta intenso para la introspección, carmesí para la intensidad, plateado para la quietud.
El simbolismo como arquitectura emocional
A menudo pienso en la pintura como en la construcción de un paisaje interior.
La fantasía y el surrealismo me permiten organizar el caos, crear mundos que se sienten emocionales en lugar de lógicos. El simbolismo me da estructura: ancla estas escenas oníricas en algo reconocible.
Cuando pinto una composición surrealista, imagino que cada elemento forma parte de una oración y que juntos forman un poema visual. Los símbolos no se eligen intelectualmente; surgen instintivamente. Pero más adelante, al tomar distancia, empiezo a ver patrones: ideas recurrentes sobre la percepción, la conexión y la vulnerabilidad.
Estos símbolos transforman la fantasía en algo tangible. Permiten al espectador adentrarse en un mundo imaginario, pero aún así encuentran rastros de sus propias emociones.
Traduciendo la emoción en forma
En mi proceso las emociones dictan los materiales.
Cuando necesito suavidad, recurro a la acuarela: su fluidez evoca entrega y calma. Cuando busco tensión y fuerza, uso pintura acrílica o metálica, aplicando capas hasta que la superficie cobra vida. Para mí, no es solo una decisión técnica, sino también emocional.
Incluso cuando posteriormente transformo estas imágenes en impresiones artísticas y pósteres, conservo intacta su calidad táctil: la textura visible del pincel, la línea imperfecta, el borde sin rematar que recuerda al espectador la mano detrás de la imagen. Un mundo de fantasía construido a través del simbolismo debe seguir sintiéndose humano.
La fantasía del mundo interior
La gente suele asociar la fantasía con la evasión, pero para mí es más bien una reflexión. El mundo surrealista de mis pinturas no existe para ocultar la realidad; revela la verdad emocional que subyace a ella. Cada obra se convierte en un registro simbólico de un estado interior: el momento en que el sentimiento se transforma en visión.
Cuando alguien cuelga una de mis impresiones simbólicas de arte de pared, espero que cree un pequeño cambio en la atmósfera, un recordatorio de que las emociones en sí mismas pueden ser paisajes, que la imaginación no es desapego sino conexión.
Crear fantasía a través del simbolismo es convertir la emoción en arquitectura: hacer visible lo invisible. Es un acto de traducción, de cuidado, de fe en lo que no se puede decir, pero sí se puede ver.