Pétalos ardientes y vigilancia emocional: Lo que ven mis ojos, lo que ocultan

Hay algo en los ojos en el arte que siempre me atrae, no porque sean tradicionalmente simbólicos, sino porque se perciben como crudos y honestos. En mi pintura Sensibilidad , opté por combinar estos ojos que todo lo ven con pétalos florecientes, cada uno de ellos resplandeciente de rojos, naranjas y rosas; no solo como una decisión estética, sino como reflejo de algo profundamente personal: la experiencia de intensidad emocional en un mundo que a menudo se siente metálico y frío.

La pintura etérea «Sensibilidad» presenta formas florales con múltiples ojos, explorando temas de consciencia. Los vibrantes pétalos en rojo, rosa y naranja sobre un fondo de bronce metálico crean una atmósfera mística.

Los pétalos no son solo pétalos. Están vivos, fluidos, parpadeantes, como llamas que no se consumen, sino que penetran. Para mí, así es como se siente a menudo la consciencia interior. No es quieta ni quieta; está fundida. Cambia constantemente. Y, sin embargo, en el exterior, a menudo existe la presión de parecer serena, minimalista, incluso cromada. Por eso el fondo de esta pieza está realizado en un bronce metálico, frío y pulido: para crear tensión, una fricción entre la vitalidad emocional interior y la quietud exterior que se nos pide mantener.

La sensibilidad trata sobre esa contradicción. La forma en que puedes ser hipervisible —observando, reaccionando, absorbiendo tus emociones— y aun así sentirte completamente invisible. Como si hubieras mostrado tu corazón, pero lo hubieran leído como un meme. Esos ojos vigilantes y brillantes representan esa extraña vigilancia bajo la que vivimos: tanto la forma en que vemos como en que nos ven. Pienso mucho en las redes sociales: se nos anima a ser expresivos, pero solo en ciertos formatos. Se nos ve constantemente, pero no profundamente. Somos visibles, pero no comprendidos.

Al mismo tiempo, la pintura refleja el estado interior de una persona sensible, de esas que lo sienten todo, incluso lo que otros pasan por alto. A veces siento como si sostuviera un núcleo brillante y fundido de emoción cambiante. No siempre tiene un lugar adónde ir. Y ahí es donde entra el arte: se convierte en el lugar. Los pétalos rojos y naranjas no están ahí solo para ser hermosos; arden con la presión de lo no expresado. Son emoción hecha forma.

Pero aún más que eso, hablan de transformación. De cómo a veces el crecimiento se asemeja a la combustión. De cómo los momentos que parecen destrozarte a menudo conducen a una especie de claridad interior. La iluminación no siempre es suave ni radiante. A veces abrasa. A veces es algo desordenado, caótico y vivo, como el fuego que brota del acero.

También pienso mucho en el mito y el folclore cuando pinto, no en un sentido narrativo directo, sino en esa forma simbólica más profunda que solían tener los cuentos de hadas. Antes de que existieran los libros de psicología o la terapia, existían las historias: cuentos fantásticos, metafóricos y extraños que ayudaban a la gente a procesar las duras realidades. En mi arte, intento mantener esa tradición. Para mí, la sensibilidad no se trata solo de una emoción: es un relato visual sobre cómo sobrevivir a la sobrecarga emocional, sobre observar y ser observado, sobre la complejidad de sentir demasiado en un mundo que celebra la insensibilidad.

También hay una extraña esperanza en esta pieza. Los pétalos arden, sí, pero no se destruyen. Sobreviven al fuego. Crecen de todos modos. Así es como veo la sensibilidad también. No como debilidad, sino como resiliencia en una forma diferente. Una honestidad que no se apaga. Una flor que florece con ojos porque ve más, no menos.

Descubre mi colección de pinturas contemporáneas.

Regresar al blog