¿Por qué invento plantas en lugar de pintar plantas reales?
Las flores reales ya tienen significado, pero las inventadas traen consigo posibilidades. Cuando dibujo o pinto plantas que no existen —pétalos largos que se estiran como susurros, tallos que se retuercen con su propia lógica oculta, flores que brillan desde dentro— no pienso en la botánica. Pienso en la emoción. Estas plantas míticas provienen de un lugar donde la memoria, el sueño y el simbolismo se fusionan. Se sienten familiares y extrañas a la vez, como plantas de un mundo que refleja el nuestro pero que sigue reglas diferentes. Como arte mural, crean un pequeño portal en la habitación: una suave apertura a otra realidad.
Inventar la flora a través de la emoción, no de la biología
Al construir estas especies imaginarias, parto del sentimiento más que de la forma. Una emoción tímida podría convertirse en una flor que se curva hacia adentro. Un pensamiento inquieto podría convertirse en un tallo largo y alargado. La fuerza podría tomar forma de pétalos afilados o colores intensos. En lugar de partir de imágenes de referencia, sigo el ritmo del gesto. La planta se forma sola. Muchas de estas formas surgen del instinto: curvas que he dibujado desde la infancia, siluetas que siempre parecen volver con nuevas variaciones. Con el tiempo, se convierten en una especie propia. Su lógica emocional es su clasificación.

Entre el mito y la biología: un lenguaje botánico propio
Mis plantas míticas a menudo se comportan como algo intermedio entre planta y espíritu. Algunas parecen capaces de fotosintetizar la luz de la luna. Otras parecen criaturas submarinas arrastradas a tierra firme. Ciertas flores semejan ojos, corazones o heridas, aunque nunca literalmente. Llevan metáforas en su anatomía. Estas plantas no son decorativas. Son cuerpos simbólicos: sustitutos emocionales que crecen desde el centro de la composición hacia afuera. Le dan pulso al póster, una sensación de suavidad que respira bajo la superficie.
La libertad de crear flora sin reglas
Me encantan las flores naturales, pero existe la libertad de inventar otras que no necesiten obedecer a la gravedad, la anatomía ni la taxonomía. En mi mundo, los tallos pueden bifurcarse en ángulos inesperados. Los pétalos pueden tener forma de lágrimas, cuchillos o nubes. Los colores pueden fundirse de maneras que la naturaleza no intentaría: el rosa polvoriento se disuelve en un verde ácido, el violeta se desvanece en dorado, el amarillo suave florece en la sombra del carbón. Esta libertad convierte la obra de arte en un paisaje de sentimientos. Permite que la pieza crezca intuitivamente, sin necesidad de realismo para justificar su existencia.

Botánica mítica en carteles de retratos
En muchos de mis retratos, estas plantas inventadas se convierten en extensiones de la figura. Se envuelven alrededor de los rostros, florecen desde los hombros, flotan tras la cabeza como halos o sueños. Pueden suavizar una expresión severa, exagerar un sentimiento o crear un microclima emocional alrededor de la persona. Una flor surrealista puede funcionar como una segunda voz en la obra: una presencia silenciosa que comenta el retrato sin hablar. En la pared, estos retratos se perciben menos como imágenes y más como encuentros.
Atmósfera a través de la fantasía botánica
La botánica mítica permite que un interior transforme la atmósfera sin esfuerzo. En espacios minimalistas, rompe la rigidez de las líneas rectas. En hogares eclécticos, profundiza la historia visual. Transmiten emociones e imaginación, ofreciendo un toque de fantasía sin caer en la cursilería decorativa. Sus formas hacen que una habitación se sienta más suave, más extraña, más interesante, como si el espacio mismo estuviera soñando. Mucha gente describe mis formas vegetales como relajantes, incluso cuando son audaces. Lo surrealista ayuda a la mente a vagar.
Paletas de colores que refuerzan la extrañeza
El color es esencial para que estas plantas parezcan criaturas de otro mundo. Pétalos de lavanda sobre negro, hojas de jade sobre piel de melocotón pálido, flores rosas que brillan sobre un verde azulado intenso: cada paleta crea una temperatura emocional específica. A veces, los colores parecen nocturnos, a veces subacuáticos, a veces como algo que crece en la oscuridad de la imaginación. Como arte mural, estas paletas influyen en la atmósfera de la habitación, creando un equilibrio entre misterio y suavidad.

Por qué respondemos a la naturaleza imaginada
Incluso cuando las plantas no son reales, las comprendemos instintivamente. La naturaleza forma parte de nuestro vocabulario emocional. Cuando se vuelve surrealista, se vuelve simbólica. La gente conecta con estas plantas inventadas porque las percibe como metáforas de la vida interior: delicadas, extrañas, resilientes, siempre cambiantes. Ofrecen belleza sin previsibilidad, consuelo sin clichés. Una flor mítica puede hablar a esa parte de nosotros que no tiene palabras.
Un jardín que sólo existe en la pared
En definitiva, mis plantas míticas son una forma de mapear las emociones. Me permiten crear jardines que no podrían sobrevivir en el mundo físico, pero que prosperan en papel, lienzo o impresión. Al entrar en un hogar, evocan una serena sensación de asombro: un recordatorio de que no toda la belleza necesita explicación, ni toda la naturaleza necesita ser real para sentirse viva.