La política del exceso
Llamar vulgar a algo siempre ha significado señalarlo como excesivo, inapropiado, excesivo. En la cultura patriarcal, a las mujeres y a los grupos marginados se les ha instado a menudo a contenerse: a hablar en voz baja, a vestir con modestia, a ocupar menos espacio. En este contexto, lo vulgar se convierte no solo en un juicio estético, sino en un arma política.

La feminista vulgar abraza el color, la gestualidad y el humor que se niegan a ser contenidos. Se deleita en el fucsia, el brillo y la exageración grotesca. Lo que la cultura dominante descarta como insípido se convierte en una estrategia de visibilidad, una negativa a desaparecer.
El campamento como contranarrativa
El camp ha celebrado el exceso desde hace mucho tiempo. Desde las actuaciones drag hasta la moda deslumbrante, la estética camp se deleita en la teatralidad y la ironía. Para las artistas feministas, el camp funciona como un lenguaje subversivo: exagera la feminidad hasta romper con sus propios estereotipos. Plumas rosas, lentejuelas brillantes y gestos exagerados parodian los ideales de feminidad que se supone representan.
En el arte mural simbólico, lo camp puede surgir como retratos surrealistas pintados en tonos impactantes o formas botánicas tan decorativas que resultan absurdas. Lo camp desestabiliza al burlarse de las categorías diseñadas para constreñir.
El fucsia como arma feminista
Pocos colores encarnan esta estrategia mejor que el fucsia. Fuerte, sin complejos y casi abrasivo, el fucsia transforma lo que antes se consideraba "suavidad femenina" en un grito de presencia. Rechaza la invisibilidad. Pintar de fucsia, llevarlo, llenar una habitación con su saturación, es declarar que la feminidad no tiene por qué ser pastel, sobria ni educada.
El fucsia es el color de la protesta precisamente porque encarna la contradicción: femenino pero militante, decorativo pero confrontativo.
Lo grotesco como humor
El humor grotesco añade otra dimensión a la vulgaridad feminista. Al distorsionar cuerpos, exagerar rasgos faciales o distorsionar formas botánicas en extraños híbridos, la imaginería grotesca se burla de la exigencia de belleza. Expone el absurdo de las expectativas sociales mediante la parodia.

Desde la monstruosa Medusa hasta los rostros surrealistas contemporáneos, el grotesco cuerpo femenino se convierte no en una figura de miedo sino de resistencia, burlándose de las mismas categorías destinadas a disminuirlo.
Interiores feministas del exceso
Al trasladarse a interiores, la vulgaridad feminista prospera con estampados atrevidos, colores maximalistas y exageración simbólica. Un póster en tonos fucsia grotescos transforma una pared neutra en una declaración. Un botánico surrealista que roza lo absurdo se vuelve no caprichoso, sino político.
Estas no son decoraciones que susurran; gritan, ríen, perturban. Reclaman los muros como espacios de disenso y celebración.
Hacia una poética de lo vulgar
La feminista vulgar demuestra que lo que se considera excesivo es a menudo lo que perturba el poder. El color, la forma y el gesto excesivos no son defectos del gusto, sino rechazos del silencio. Humor exagerado, fucsia y grotesco: estas son las herramientas de la protesta, de la reivindicación de la visibilidad, de la afirmación del derecho a ocupar espacio.
Abrazar lo vulgar es abrazar una política feminista de presencia: ser ruidosa, rebelde y estar viva sin complejos.