Reescribiendo el espacio que ocupan las mujeres en el arte
He pasado años observando cómo se ha representado a la mujer en el arte: a menudo como musas, símbolos o heroínas silenciosas, insertas en mitos escritos por otros. Al crear mis retratos, siento la necesidad de romper con ese linaje y comenzar uno diferente. No una mitología donde las mujeres son observadas, sino una donde se revelan en sus propios términos. Ser mujer artista implica cambiar la dinámica: en lugar de adaptarme a viejas narrativas, construyo otras nuevas desde dentro hacia fuera. No pinto a las mujeres como iconos para admirar, sino como mundos para explorar: mujeres que portan sus propios mitos, moldeados por la emoción, la memoria y un poder silencioso y forjado por ellas mismas.
La creación de mitos como proceso interno
Los mitos que creo no surgen como grandes relatos. Emergen como sensaciones, como símbolos que perduran en la piel, como sombras que evocan un estado interior. No concibo a mis figuras como personajes con roles que desempeñar, sino como arquetipos emocionales: encarnaciones de ternura, resiliencia, curiosidad, anhelo e introspección. Sus expresiones suelen ser silenciosas, pero nunca vacías. El silencio se convierte en una forma de presencia, un espacio donde puede nacer un nuevo mito.
Halos como auras personales, no como coronas religiosas
En algunos de mis retratos, los halos aparecen casi sin mi permiso, como si la figura insistiera en portar su propia luz. No pretenden santificar. Marcan un resplandor interior, algo que el espectador debe sentir más que interpretar. Un halo se convierte en un límite de la identidad, una sutil declaración de valor inherente. Dentro de la mirada femenina, esta luz no se concede desde fuera; surge desde dentro, brillando como brilla una verdad interna cuando finalmente se reconoce.

Armadura Floral y Suave Desafío
Muchos de mis retratos contienen elementos de protección: flores que se arremolinan, pétalos que se convierten en escudos, enredaderas que envuelven como una suave armadura. Concibo estos motivos como defensas emocionales, no físicas. Representan la capacidad de ser tierno sin ser frágil. Las flores colocadas cerca de la piel se convierten en una capa simbólica entre el mundo exterior y el ser interior. En mi obra, esta armadura floral no es ornamental. Expresa una fuerza sutil: la que resiste sin gritar, la que afronta sin dureza.
Figuras silenciosas y el poder de la emoción no expresada
Hay algo mítico en un rostro que no actúa. Un rostro que reposa, que observa, que simplemente existe en su propia atmósfera. Mis figuras silenciosas no están silenciadas. Son deliberadas. Su quietud encierra intensidad. Cuando a una mujer se le permite estar en silencio en el arte, su presencia se profundiza. Su mirada se siente como un hechizo, suave pero irrompible. El silencio se convierte en un territorio que le pertenece por completo; no un vacío, sino un umbral.

El simbolismo como arquitectura de nuevos mitos
Mis retratos suelen recurrir al simbolismo porque los símbolos permiten que el significado se expanda. Una enredadera que se extiende por una mejilla sugiere ciclos de crecimiento y decadencia. Un perfil reflejado alude a la multiplicidad. Un contorno oscuro alrededor de una piel pálida insinúa la tensión entre vulnerabilidad y fortaleza. Estos motivos funcionan como hilos en un nuevo tejido mitológico, tejido con contradicción, intuición y verdad emocional. Se resisten a los estereotipos al rechazar la simplificación.
Mitos nacidos de la feminidad contemporánea
Las mujeres en mi arte no pertenecen a relatos antiguos. Pertenecen a este momento y a sus paisajes mentales. Reflejan la complejidad emocional de vivir en una época donde la feminidad se negocia, se redefine y se reivindica constantemente. Mis figuras encarnan el mito moderno de una mujer compleja, introspectiva, cambiante y soberana. No piden permiso para existir. Exigen reconocimiento.
El arte como espacio para nuevos arquetipos
Cuando estos retratos cuelgan de una pared, cumplen la función que siempre han tenido los mitos: moldean la atmósfera, matizan la percepción, abren un espacio psicológico. Pero, a diferencia de los arquetipos antiguos, estos no se imponen a las mujeres. Surgen de las mujeres. De cómo nos comprendemos, cómo nos soñamos, cómo protegemos nuestra vulnerabilidad y cómo lidiamos con nuestras sombras. Este es el poder de ser una artista: desmantelar la mirada heredada y reemplazarla por una que escucha.

Una mitología arraigada en la emoción, no en el espectáculo.
En definitiva, los mitos que creo no son sagas heroicas ni dramas divinos. Son pequeñas cosmologías íntimas, tejidas con miradas que se demoran, pétalos que protegen, rostros serenos que albergan mundos. No exigen nada del espectador, salvo su presencia. Y en esa presencia, comienza a gestarse una nueva narrativa femenina: una escrita con delicadeza, desde dentro y sin concesiones.