El antiguo símbolo de la visión
Pocos símbolos en la cultura humana tienen tanta carga como el ojo. A lo largo de las civilizaciones, ha simbolizado la visión, el conocimiento y la vigilancia divina. El Ojo de Horus en la mitología egipcia prometía protección y sanación; se creía que sus equilibradas proporciones restauraban el orden en un mundo fracturado. Más tarde, el mal de ojo se convirtió tanto en maldición como en talismán, temido por su poder destructivo, pero protegido con amuletos.

El ojo en el arte siempre ha sido más que anatomía. Es presencia, consciencia y el umbral mismo de la percepción.
El ojo como observador
La noción del ojo como observador es a la vez reconfortante y perturbadora. En los iconos bizantinos, los enormes ojos oscuros de los santos miran al creyente con una intensidad espiritual que penetra el alma. En la cultura moderna, los ojos también pueden sugerir vigilancia: el "Gran Hermano" de Orwell o la omnipresente vigilancia digital.
Esta doble función confiere al símbolo un poder singular: el ojo ve, protege, pero también juzga. Representa la condición de ser observado, de ser conocido más allá de las máscaras.
El ojo como portal
Con la misma frecuencia, el ojo se ha imaginado no como observador, sino como umbral. En las tradiciones místicas, el «tercer ojo» abre a estados superiores de conciencia. En el arte surrealista, los ojos flotan emancipándose de los rostros, expandiendo la percepción más allá de la vista física. Un ojo puede pintarse en el cielo, un espejo o una flor; cada transformación sugiere la visión como un pasaje.
Representar un ojo como portal es sugerir que ver nunca es pasivo: transporta, transforma.
Ojos surrealistas: flores y llamas
El arte mural simbólico contemporáneo recurre a menudo a este motivo. Los ojos florecen como flores, fusionando la fragilidad con la visión. Arden con fuego interior, sugiriendo pasión, vigilancia o iluminación mística. Estos híbridos surrealistas transmiten una resonancia emocional: un ojo-flor evoca vulnerabilidad y apertura, mientras que un ojo ardiente transmite intensidad y trascendencia.

Colocadas en las paredes, estas imágenes son más que una simple decoración. Transforman una habitación en un espacio de encuentro psíquico, donde el acto de mirar es en sí mismo simbólico.
El poder emocional de ser visto
¿Por qué nos conmueven tanto los motivos oculares? Porque reflejan nuestra propia necesidad de ser reconocidos. Un retrato que mira hacia afuera se convierte en algo más que una imagen: se convierte en una relación. Vivir con un ojo en el arte es aceptar un diálogo: veo y soy visto.
No es casualidad que, en distintas culturas, el ojo haya tenido cualidades protectoras. Promete que, incluso en la fragilidad, no estamos solos. El observador se convierte en guardián, y el portal, en un camino hacia la renovación.
Hacia una poética de la mirada
El ojo como observador y portal encarna la contradicción: la visión como exposición, como protección, como trascendencia. Desde el sagrado Ojo de Horus hasta los retratos surrealistas donde los ojos brillan o arden, sigue siendo uno de los motivos más perdurables del arte.
Colgar un ojo en la pared es invitar a algo más que la vista. Es vivir con la presencia, con el umbral, con el símbolo. Es reconocer que el arte, como el ojo, no solo observa el mundo, sino que lo abre.