El silencioso atractivo de lo que se siente “casi conocido”
Los carteles de strangecore se mueven en un delicado espacio entre el reconocimiento y la distorsión. Toman prestadas las formas de cosas familiares —rostros, flores, manos, objetos cotidianos— y las modifican lo justo para que el espectador se detenga. El resultado no es horror ni conmoción, sino una sutil inquietud. Es la sensación de percibir algo ligeramente fuera de lugar en un sueño: perturbador en teoría, pero extrañamente reconfortante en la práctica. En mis obras de strangecore, este equilibrio es deliberado. Mi objetivo es crear imágenes que resulten emocionalmente familiares, incluso cuando sus formas se alejan del realismo.

Distorsiones que susurran en vez de gritar
Las distorsiones en el arte strangecore rara vez son estridentes. Aparecen como expansiones suaves, asimetrías sutiles o proporciones alargadas que atraen la atención sin alarmar. Un rostro se estira delicadamente, un ojo se agranda, una extremidad se dobla en un ángulo ajeno al mundo real. Estas elecciones permiten al espectador permanecer presente en lugar de retraerse. La distorsión se convierte en un susurro, una invitación a observar con mayor detenimiento, a percibir la corriente emocional subyacente a la extrañeza. Lo desconocido se introduce con suavidad, evitando el miedo con un ritmo lento y onírico.
Proporciones extrañas como marcadores emocionales
Las proporciones del strangecore no son arbitrarias; conllevan una gran carga emocional. Los ojos agrandados denotan una sensibilidad exacerbada. Un cuello alargado sugiere fragilidad o vulnerabilidad. Una mano extendida puede expresar alcance, vacilación o anhelo. Al alterar estas proporciones, la obra crea un vocabulario visual para estados que se sienten más que se expresan con palabras. La rareza no aliena; aclara. Hace visible el mundo interior mediante una sutil exageración. El espectador reconoce la emoción incluso si la forma parece irreal.
Formas híbridas que vagan entre mundos
Los híbridos —parte humanos, parte objetos, parte plantas— son una de las señas de identidad del strangecore. Fusionan lo familiar y lo extraño sin comprometerse plenamente con ninguno de los dos. Una planta se convierte en una extensión del rostro; un objeto flota donde debería estar el cuerpo; los pétalos sustituyen al cabello con un susurro de irrealidad. Estos híbridos no buscan impactar. Evocan la lógica de los sueños, donde combinaciones que carecen de sentido racional se sienten emocionalmente coherentes. La forma híbrida se convierte en símbolo del movimiento interior, la memoria, el deseo o la disonancia.

La calma de atmósferas ligeramente inquietantes
Los carteles de strangecore rara vez recurren a paletas oscuras o imágenes violentas. En cambio, mantienen una atmósfera de extraña tranquilidad: colores suaves, luz difusa, contornos difuminados. Estos tratamientos sutiles mantienen al espectador absorto, permitiendo que los elementos desconocidos coexistan con una sensación de calma. Por eso, el strangecore resulta más poético que aterrador. Su atmósfera te envuelve en lugar de repelerte. Imita el tono emocional de un sueño: suspendido, contemplativo, silenciosamente extraño.
Reconocimiento sin lógica
Una de las características definitorias del strangecore es su capacidad para evocar reconocimiento sin ofrecer explicaciones. El espectador reconoce la imagen emocionalmente, aunque no pueda articular el porqué. Un rostro que recuerda a alguien de la infancia, pero no del todo. Una forma que evoca un recuerdo sin corresponderse con nada real. Esta es la poesía de lo desconocido: la obra resuena a través de la intuición, no de la narrativa. La lógica es emocional, no literal, y el espectador conecta con ella mediante la sensación, más que mediante la interpretación.
Una suave reescritura de la realidad
El strangecore no rechaza la realidad; la reescribe sutilmente. Edita el mundo como a veces lo hace la memoria: altera las proporciones, difumina los contornos, añade detalles que nunca existieron. Esta reescritura crea un lenguaje visual que expresa lo que el realismo no puede: la incertidumbre de la vida emocional, la escurridiza memoria y las silenciosas contradicciones que dan forma al yo. Lo desconocido se convierte en un espejo de todo aquello que sentimos pero no podemos explicar.

Lo desconocido como una forma sutil de verdad
En los carteles del strangecore, la rareza revela en lugar de ocultar. Las distorsiones se convierten en señales emocionales; los híbridos, en metáforas; las proporciones, en portadoras de movimiento interior. Lo desconocido no amenaza, sino que aclara. Muestra cómo el mundo interior se dobla, se expande y se reconfigura.
Por eso, el strangecore se siente más como recordar un sueño que como encontrarse con algo extraño. Habla de la verdad emocional de experiencias que no se ajustan a las formas convencionales, permitiendo al espectador encontrarse con lo desconocido con delicadeza, como si saludara a una parte olvidada de sí mismo.