El rostro como umbral, no como superficie
En el retrato a nivel del alma, el rostro no se concibe como una imagen a la que aspirar la perfección, sino como un umbral hacia algo más profundo. Una expresión serena se convierte en una apertura, una invitación a adentrarse en el interior emocional en lugar de limitarse a observar el exterior. Al crear mis retratos surrealistas, trabajo con esta idea del rostro como una puerta. La quietud, la simetría y la tensión contenida se conciben para que el espectador sienta que se encuentra al borde del paisaje interior de alguien, en lugar de contemplar una mera representación.

Ojos que funcionan como portales
Los ojos en mis retratos son intencionalmente simbólicos. Son grandes, reflexivos, ligeramente irreales, y esta irrealidad es lo que les otorga profundidad. No reproducen la precisión anatómica; en cambio, funcionan como portales. Su tamaño sugiere apertura, su brillo implica consciencia y su quietud invita al espectador a la introspección. Estos ojos-portales no son expresivos en un sentido teatral. Poseen una presencia firme y contemplativa que hace que el mundo interior sea más accesible que el exterior.
Distorsiones suaves que revelan el movimiento interior
Las distorsiones en mis retratos —ligeras asimetrías, rasgos duplicados, contornos alargados— no pretenden perturbar, sino revelar sutiles corrientes emocionales. Crean la sensación de que el rostro transita suavemente entre estados, como si el pensamiento o la memoria alteraran su forma. Estas delicadas distorsiones expresan lo que no se puede mostrar a través del realismo: incertidumbre, anhelo, vulnerabilidad, sensibilidad. Permiten que el retrato se sienta vivo desde dentro hacia fuera, como si el rostro estuviera moldeado por un movimiento interno más que por una estructura física.

Centros luminosos como núcleos emocionales
En mi obra, la luz se comporta como una emoción. Se concentra en el centro de las flores, bajo los ojos o alrededor del corazón del retrato. Estos centros luminosos actúan como núcleos emocionales: íntimos, radiantes y protectores. Sugieren calidez, sensibilidad y consciencia. En el arte que trasciende el alma, estos brillos no son elementos decorativos, sino símbolos de presencia interior, el equivalente visual de una verdad serena que irradia hacia afuera. La luz dota al retrato de una sensación de estar habitado, como si la figura estuviera pensando o sintiendo en tiempo real.
Plantas que reflejan el Ser Interior
Las plantas surrealistas que rodean mis retratos suelen crecer de maneras que responden al estado emocional de la figura. Un pétalo puede doblarse en actitud protectora, una flor reflejada puede sugerir dualidad, o una semilla luminosa puede evocar un recuerdo o un despertar. Estas formas botánicas exteriorizan lo que sucede en el interior. Hacen visible el mundo emocional a través de símbolos que se sienten orgánicos, intuitivos y oníricos. El retrato se convierte en un ecosistema vivo donde la vida interior cobra forma visual.

La quietud que guarda profundidad
El retrato a nivel del alma es silencioso. No se basa en expresiones dramáticas ni gestos enérgicos. En cambio, utiliza la quietud como vehículo para la profundidad emocional. En mi obra, esa quietud conlleva una sutil tensión: la sensación de que la figura es consciente, sensible y está en un ligero tránsito. Esta contención permite al espectador proyectar su propia experiencia emocional en la obra. El retrato se convierte en un espacio compartido para la reflexión, en lugar de una directriz.
El mundo interior como atmósfera visual
Los colores surrealistas —negros suaves, lilas, fucsias, azules, verdes ácidos— dan forma a la atmósfera emocional del retrato. Cada matiz contribuye a la sensación de un reino interior donde la intuición funciona como lógica primordial. Estos colores fusionan realismo con una ambigüedad onírica, haciendo palpable el mundo interior. El resultado es un retrato que se percibe menos como una imagen y más como una atmósfera: un espacio psicológico cohesionado por el tono, la luz y la forma simbólica.

Cuando el retrato se convierte en un portal
En última instancia, los rostros se convierten en portales cuando hablan desde el interior. A través de centros luminosos, ojos penetrantes, sutiles distorsiones y motivos botánicos simbólicos, mi arte del retrato busca revelar capas de emoción que el realismo no alcanza. La figura no actúa; invita. Abre un pasaje hacia la sensibilidad, la contemplación y una serena intensidad. El retrato a nivel del alma permite al espectador adentrarse momentáneamente en otro mundo interior, uno que refleja el suyo propio.