Cuando comencé a pintar mundos de fantasía, no siempre sentí la necesidad de pintar personas.
Hay otras maneras de contar una historia, más sutiles y extrañas. Una sola flor puede transmitir más emociones que un rostro; un ojo oculto en una flor puede parecer más humano que un cuerpo. En mis pinturas originales, a menudo sustituyo la figura por símbolos, porque los símbolos, en su silencio, hablan con mayor sinceridad.
La fantasía no necesita personajes en el sentido tradicional. Necesita presencia, algo que respire dentro de la imagen.
Esa presencia puede vivir en color, textura o repetición. Una serpiente que se enrosca hasta el infinito, una forma reflejada, una flor que se asemeja a una herida: cada una se convierte en un sustituto de un gesto humano, un fragmento de emoción convertido en visual.
Más allá del cuerpo
En la historia del arte, las figuras siempre han tenido un significado. Eran santos, amantes, dioses o arquetipos. Pero en la pintura fantástica contemporánea, el cuerpo no tiene por qué aparecer para ser sentido.
Siempre me ha atraído el desafío de crear emociones sin rostros: de expresar el deseo, el dolor o la transformación a través de formas que existen en algún punto entre lo natural y lo simbólico.

Cuando pinto, pienso en la anatomía de forma diferente. Las raíces son venas. Los pétalos son piel. Un tallo puede doblarse como una columna vertebral.
En ese sentido, cada elemento de la naturaleza se convierte en un representante del cuerpo (y a veces, uno más fiel).
Un rostro humano dice demasiado. Una flor solo sugiere. Deja espacio para que el espectador se proyecte dentro de la imagen.
Los símbolos como personajes vivos
La forma en que uso los símbolos —ojos, serpientes, bocas, espejos, formas florales— no es decorativa. Son los protagonistas.
Un ojo puede ser protector o voyerista. Una serpiente puede significar peligro, sabiduría o renacimiento. Las flores pueden seducir, lamentar u ocultar.

Cada símbolo conlleva su propia psicología. Al repetirse o combinarse, comienzan a comportarse como personajes de una historia.
Una pintura llena de serpientes y flores podría representar un diálogo entre la tentación y el crecimiento. Un campo de ojos cerrados podría dar la impresión de una multitud observando hacia dentro. Un espejo podría representar el alma: frágil, luminosa y fácilmente distorsionada.
En la fantasía, estos elementos actúan como actores en un escenario. Sus gestos son color y forma; sus voces son luz y textura.
El silencio de la narración simbólica
Trabajar sin figuras humanas abre un tipo de espacio narrativo diferente: uno donde la emoción se sugiere en lugar de declararse.
Una composición puede susurrar en lugar de hablar. Se asemeja más a la poesía que a la prosa: abierta, interpretativa, íntima.

Aquí es donde la pintura de fantasía se vuelve casi psicológica.
Sin la presencia literal de un cuerpo, el espectador debe buscar uno y, al hacerlo, se encuentra a sí mismo.
Es una especie de empatía a través de la ausencia.
A veces pienso que por eso me atraen tanto los ojos y las flores: sugieren consciencia, incluso cuando no hay nadie. Nos recuerdan que la vida, como la emoción, no siempre necesita un testigo para existir.
El elemento humano en lo no humano
Incluso sin figuras, estas pinturas son profundamente humanas.
Cada marca proviene del cuerpo: de la presión de la mano, la respiración, el pulso. El ritmo de las pinceladas imita el pensamiento, la superposición de pigmentos refleja la memoria.
El arte fantástico siempre ha difuminado la línea entre el mundo exterior y el interior. En mi obra, intento que esos mundos se fusionen, que los símbolos se comporten como emociones visibles.
Una flor puede expresar vulnerabilidad; una superficie espejada puede ocultar vergüenza; una serpiente puede transmitir la emoción del riesgo.
En cierto sentido, pinto retratos, no de personas, sino de sentimientos.
La fantasía como lenguaje
Los símbolos son la gramática de la fantasía.
Permiten que la emoción exista sin traducción: no necesitas "entender" una serpiente, una flor o un ojo. Simplemente sientes su presencia.

Cuando los espectadores contemplan estas pinturas, a menudo describen verse reflejados en las formas, como si los símbolos reflejaran sus propios estados de ánimo. Eso es lo que espero: que el arte se convierta en una conversación entre la imagen y el espectador, entre el símbolo y la psique.
Las pinturas fantásticas originales sin figuras no están vacías; están llenas de personalidades ocultas. Cada motivo lleva su propio latido.
La libertad de lo invisible
Pintar sin figuras humanas resulta liberador.
Rompe las expectativas de belleza, género o narrativa. Permite que el núcleo emocional de una pieza exista sin explicación, que permanezca fluido, onírico.
En un mundo obsesionado con los rostros, encuentro consuelo en su ausencia.
Cuando no hay nadie a quien mirar, el cuadro mismo comienza a mirar hacia atrás.
Eso es lo que la fantasía, en su máxima expresión, puede hacer: convertir los símbolos en almas, el silencio en historia y la abstracción en algo profundamente y reconociblemente humano.