Una combinación de colores que “no debería funcionar”, pero funciona
La mayoría de las paletas de colores siguen una lógica predecible: brillantes o apagadas, cálidas o frías, naturales o sintéticas. Mi obra rechaza esa separación. Coloco azules, rosas y verdes neón junto a marrones terrosos, ocres, beiges y neutros arcillosos. Esta combinación resulta inusual porque el neón pertenece al mundo artificial, mientras que los tonos tierra se arraigan en la naturaleza. Su unión crea una paleta onírica, un mundo suspendido entre lo orgánico y lo irreal.

El neón como electricidad emocional
El neón en mi obra representa la intensidad: emociones repentinas, destellos de instinto, energía interior. Estos colores no pretenden imitar el mundo natural. En cambio, se comportan como señales emocionales: brillantes, inmediatas, imposibles de ignorar. El neón se convierte en una metáfora visual de esos momentos en que la emoción es demasiado fuerte para permanecer en silencio.
Tonos tierra como fuerzas de conexión a tierra
Los tonos tierra, en cambio, dan solidez a la obra. Aportan calma, peso y familiaridad. Los marrones y ocres evocan la tierra, la piel, la piedra, los pétalos secos o una calidez distante. Ofrecen una presencia que da estabilidad al neón. Sin ellos, la imagen se desvanecería en una mera electricidad. Con ellos, la composición gana profundidad, estabilidad y una rica carga emocional.

Por qué los tonos neón y tierra se necesitan mutuamente
La atmósfera onírica no surge de ninguna paleta de colores por separado, sino de su interacción. Los tonos tierra suavizan el impacto del neón, dándole un aire cotidiano en lugar de digital. El neón energiza los neutros, haciéndolos sentir vivos en lugar de apagados. Juntos, crean una tensión visual: un mundo que se siente a la vez familiar e imposible.
Es esa contradicción —fundamentalizada pero radiante— la que define gran parte de mi trabajo.
El color como paisaje psicológico
No uso el neón para llamar la atención, ni los tonos tierra para sentirme seguro. Los uso como marcadores psicológicos.
El neón se convierte en el pulso.
Los tonos tierra se convierten en la respiración.
Esta interacción refleja la experiencia emocional: estallidos de intensidad que emergen de estados de mayor quietud. Un rostro rodeado de un azul brillante pero sombreado por un cálido marrón puede albergar dos verdades a la vez: tensión y calma, sueño y realidad, emoción y quietud.
Construyendo un mundo de ensueño en lugar de uno literal
Cuando el neón se encuentra con los tonos tierra, la obra trasciende el realismo. La imagen se convierte en un mundo con sus propias reglas. Las flores brillan de forma antinatural, pero se asientan dentro de formas sólidas. Los retratos parecen humanos, pero con un toque de otro mundo. Las plantas se sienten orgánicas, pero a la vez rebosan energía. Esta paleta me permite crear espacios que se sienten habitados, pero no del todo de este mundo: el equivalente visual de un sueño lúcido.

Por qué esta rara combinación pertenece a mi voz artística
Muchas paletas repiten tendencias. El neón-tierra es inusual, personal, específico. Posee la extrañeza de la imaginación y la calidez del recuerdo. Cuando estos colores se combinan, hacen visibles las contradicciones emocionales de mis retratos: la suavidad se encuentra con la intensidad, el surrealismo roza lo real, el mundo interior se entrelaza con el exterior.
Por eso, en mi trabajo, el neón se combina con tonos tierra:
porque los sueños a menudo se sienten a la vez eléctricos y terrenales.
Y mi arte reside precisamente en ese espacio intermedio.