Cuando empecé a experimentar con técnicas mixtas, no esperaba que la superposición cambiara mi perspectiva sobre la pintura. Lo que empieza como una decisión técnica —combinar materiales como acrílicos, delineadores o pinturas metálicas— se convierte rápidamente en un lenguaje emocional. Cuanto más superponía, más diferente era cada obra.
La técnica mixta no se trata de excesos, sino de verdad. Refleja nuestra experiencia del mundo: compleja, superpuesta, a veces contradictoria. Cada capa oculta algo y revela algo más. Y en ese intercambio silencioso entre lo visible y lo oculto, nace la profundidad.
Más allá de un material: la historia de las superficies
La pintura tradicional suele basarse en un solo medio: óleo, acuarela o acrílico. Cada uno tiene su propia lógica, pero la técnica mixta rompe esa barrera. Acoge el conflicto y el contraste. Brillo contra mate, transparencia sobre opacidad: los materiales empiezan a comunicarse entre sí.

En mi estudio, suelo empezar con acrílicos para marcar un ritmo base: gestos amplios, bloques de color. Después vienen los metálicos: plateados, cromados y pigmentos reflectantes que captan la luz y cambian el estado de ánimo según el punto de vista. Finalmente, los delineadores finos y los rotuladores aportan precisión: trazos gráficos que transforman el pensamiento en emoción.
Cuando estas texturas coexisten, la superficie se transforma. Se convierte en algo más que una imagen; se convierte en un evento: una conversación entre materiales.
La superposición como metáfora emocional
Aplicar capas es aceptar la imperfección. Cada nueva capa de pintura interactúa con la anterior, a veces realzándola, a veces ocultándola. Es un diálogo entre el control y la rendición.
Este proceso es profundamente psicológico. La forma en que construimos capas en el arte a menudo refleja cómo construimos la identidad: a través de experiencias, contradicciones y recuerdos. Al igual que en la vida, ninguna superficie es completamente nueva. Siempre hay algo debajo.
Por eso las pinturas de técnica mixta suelen resultar más humanas: revelan las huellas de la decisión, la vacilación y el cambio. Se puede sentir el tiempo en su interior.
El papel de la luz y la reflexión
Los pigmentos metálicos y las pinturas reflectantes son más que elementos decorativos: introducen movimiento. A medida que la luz cambia a lo largo del día, también lo hace la obra de arte. Lo que parece tranquilo por la mañana se vuelve casi eléctrico al anochecer.

Esta interacción entre el material y la luz añade otra dimensión. Desafía la idea de que la pintura es estática. En las técnicas mixtas, incluso la superficie más tranquila cobra vida, vibrando entre la sombra y el brillo, la opacidad y el resplandor.
Para mí, esa vivacidad se conecta con algo emocional: la imposibilidad de capturar una sola verdad. Cada reflejo es una nueva versión de la pintura, así como cada mirada es una nueva versión de nosotros mismos.
Simbolismo dentro del proceso
Mi obra a menudo incorpora formas simbólicas —ojos, flores, serpientes, rostros— y la superposición de elementos confiere peso a estos motivos. Una serpiente trazada con líneas metálicas cobra vida porque las capas subyacentes vibran con el color. Un estampado floral, medio oculto por pintura opaca, evoca la memoria o la pérdida.
En la técnica mixta, los símbolos no se dibujan simplemente, sino que se desentierran. El acto de superponer convierte la pintura en una excavación, no del material, sino del significado.
Incluso una simple marca cobra fuerza al coexistir con la textura. Se convierte en parte de una historia táctil: un eco visual del tacto, la presión y el tiempo.
Por qué la profundidad se siente emocional
Cuando los espectadores describen las pinturas de técnica mixta como "profundas", a menudo se refieren a algo más que la composición. La profundidad, en este sentido, es psicológica. Es lo que sucede cuando una superficie se niega a ser interpretada a simple vista.

Eso es lo que más me gusta de trabajar así: el rechazo a la simplicidad. Una pintura se convierte en un espacio para detenerse, para rastrear la historia de los gestos, para percibir las capas invisibles bajo lo visible.
En un mundo obsesionado con la claridad y la inmediatez, la técnica mixta insiste en la lentitud. Invita a volver a mirar: a notar lo que brilla, lo que se esconde, lo que cambia.
Y tal vez ese sea el verdadero significado de la profundidad: no la perfección ni el refinamiento, sino la tensión silenciosa entre lo que se puede ver y lo que siempre permanecerá debajo de la superficie.