Dos corrientes, un siglo
A finales del siglo XIX, la pintura europea se vio dividida por intereses aparentemente opuestos. Por un lado, los impresionistas capturaron el juego fugaz de la luz, la inmediatez de la sensación, la fragmentación del tiempo. Por otro, los simbolistas buscaron revelar significados ocultos, tejiendo alegorías, mitos y metáforas en sus obras. Sin embargo, estos dos movimientos, a menudo retratados como distantes, compartían más de lo que sugieren sus diferencias superficiales. En su intersección yace una tensión fascinante: la transformación de la luz misma en metáfora.
Impresionismo: Lo efímero hecho visible
Para Monet, Renoir y Pissarro, la luz no era un telón de fondo, sino el tema en sí. Sombras en el agua, el sol filtrándose entre los árboles, matices fugaces al atardecer: estas eran las realidades que merecían ser capturadas. Sus pinceladas disolvían la forma en vibración, permitiendo que la percepción emergiera como la realidad más auténtica.

El impresionismo nos dio así un nuevo lenguaje de inmediatez: ver no objetos, sino la sensación de su presencia.
Simbolismo: El mundo bajo la superficie
En contraste, simbolistas como Gustave Moreau, Odilon Redon y Fernand Khnopff veían el mundo visible como un velo, no como una verdad. Sus obras miraban hacia el interior, utilizando figuras mitológicas, flores e imágenes oníricas para sugerir estados psicológicos o espirituales. La luz simbolista no era iluminación natural, sino resplandor metafísico, un aura que insinuaba trascendencia.
Donde los impresionistas pintaban lo que el ojo percibía, los simbolistas pintaban lo que el alma intuía.
La luz como lenguaje común
Y, sin embargo, la luz los conectaba. Para los impresionistas, la luz revelaba el presente; para los simbolistas, ocultaba y revelaba realidades ocultas. En ambos, la luz se convirtió en metáfora. Los nenúfares de Monet no son solo estanques, sino meditaciones sobre la percepción misma. Los pasteles brillantes de Redon no son solo colores, sino emanaciones de la visión interior.

En esta superposición, la luz deja de ser mera física para convertirse en poética. Es portadora de tiempo, memoria y sugestión metafísica.
El punto de encuentro en el arte simbólico contemporáneo
En el arte mural simbólico contemporáneo, resurge el diálogo entre el impresionismo y el simbolismo. Las plantas surrealistas brillan como si fueran captadas por una luz fugaz, pero contienen capas de metáfora. Los retratos con campos de color luminosos sugieren inmediatez y profundidad: presentan sensaciones y verdades ocultas.
El arte mural de inspiración fantástica a menudo refleja esta síntesis: la luz como atmósfera y símbolo, sensación y significado. Un rayo ultramar sobre una figura surrealista puede ser tanto un resplandor natural como un umbral metafísico.
Por qué es importante la síntesis
La confluencia del Impresionismo y el Simbolismo nos recuerda que el arte nunca es una cosa u otra. Puede contener inmediatez y metáfora a la vez. Reflexionar sobre la luz —ya sea en lienzo, impresión o pantalla digital— es conectar con su doble función: muestra y sugiere, ilumina y oculta.
De esta manera, finales del siglo XIX aún nos habla. La luz, ya sea efímera o eterna, sigue siendo la metáfora más elocuente de todas.