El primer lenguaje de una pintura no es el color ni la composición, sino el material. Antes de ver nada, se siente : la rugosidad del lienzo, el peso del pigmento, la resistencia del pincel contra la superficie. Los materiales de una pintura tienen su propia psicología, su propia voz. En mi obra, cada textura y capa tiene un peso simbólico. Las pinturas metálicas, las superficies mate, los delicados botánicos y las líneas nítidas: cada uno transmite una idea diferente.

El simbolismo no se trata solo de la imagen; se trata del comportamiento de la materia. El acrílico, por ejemplo, se seca rápido; exige decisión. La acuarela, en cambio, se resiste al control y se extiende como la emoción misma. La pintura cromada o metálica refleja el mundo al espectador, difuminando la línea entre sujeto y espectador. Cada medio cambia no solo la apariencia de una pintura, sino también su significado.
El lenguaje de la textura
La textura siempre me ha fascinado porque transmite recuerdos. Una superficie lisa transmite calma, deliberada. Una con capas transmite emoción, vida, inacabada, como un pensamiento en movimiento. En el arte marginal o simbólico, la textura nunca es decorativa. Forma parte de la arquitectura emocional.
Cuando trabajo con capas gruesas de acrílico, pienso en sedimento: tiempo acumulado, un gesto tras otro. Cuando dejo pinceladas o arañazos visibles, es para mostrar la fisicalidad de la emoción, la huella del esfuerzo. La aspereza se convierte en honestidad.
La textura en las pinturas originales también determina el comportamiento de la luz: cómo el reflejo se convierte en parte de la percepción. Una superficie metálica refleja al espectador, convirtiendo la observación en participación. Una superficie mate absorbe la luz, creando en cambio introspección. Lo táctil se vuelve psicológico: el brillo revela, mientras que la rugosidad oculta.
El pigmento como emoción
El color se ha entendido simbólicamente desde hace mucho tiempo, pero el pigmento —el material físico que lo crea— conlleva un significado más profundo. Históricamente, los pigmentos provenían de piedras, minerales, plantas e incluso insectos. Cada color tenía un origen, una historia, una geografía. El ultramar, derivado en su día del lapislázuli, simbolizaba lo sagrado no solo por su tonalidad, sino también por su rareza. Los ocres y los tonos tierra vinculaban las pinturas con el mundo físico: la tierra, el óxido y la descomposición.

En mi obra, este linaje sigue siendo importante. A menudo utilizo pigmentos naturales o tonos apagados junto con los sintéticos, dejando que contrasten intencionadamente. Rosa neón contra verde terroso; plata cromo junto a ocre mate. Es un diálogo entre lo artificial y lo orgánico, lo moderno y lo ancestral.
Esta colisión de materiales refleja la tensión emocional: suavidad y nitidez, sinceridad e ironía, vulnerabilidad y resistencia. A través del pigmento, la emoción se materializa.
El simbolismo en el acto de pintar
El proceso en sí —la forma de aplicar los materiales— también es simbólico. Los gestos rápidos y superpuestos de la pintura acrílica sugieren urgencia, mientras que las veladuras lentas y translúcidas evocan paciencia y contemplación. Raspar una capa seca para revelar el color subyacente puede sentirse como desenterrar un recuerdo.

A menudo pienso en la pintura como un ritual. Cada capa oculta y revela, construye y borra. El acto de cubrir es tan significativo como el de mostrar. En el folclore, los objetos rituales se creaban mediante la repetición; el movimiento en sí mismo tenía poder. De igual manera, cuando la pintura se aplica con ritmos repetidos, se convierte en algo más que una técnica; se convierte en una invocación.
Los materiales participan en este ritual. Se comportan de forma diferente cada vez: resisten, absorben o se mezclan de forma impredecible. Esa imprevisibilidad es lo que mantiene vivo el proceso. La pintura, en cierto modo, se convierte en una colaboradora.
Metálicos y Reflexión
La introducción de pinturas metálicas en mis obras originales trajo consigo un nuevo tipo de simbolismo: el reflejo como presencia. A diferencia de los pigmentos tradicionales, las pinturas metálicas reaccionan dinámicamente a la luz; cambian con el movimiento del espectador. Esta inestabilidad me fascina. Me recuerda cómo la percepción misma nunca es fija.
Las superficies metálicas también evocan asociaciones culturales: el oro como sagrado, la plata como etéreo, el cromo como futurista. En la pintura simbólica, estos materiales actúan como puentes entre épocas: conectan la antigua idea del resplandor divino con las nociones contemporáneas de artificialidad y tecnología.

Cuando una superficie metálica refleja el rostro del espectador entre flores, ojos o símbolos, se crea un intercambio: el observador se convierte en parte de la obra. Esto no es solo un efecto estético, sino filosófico. Se pregunta: ¿dónde termina la pintura y dónde comienza el yo?
Materialidad y significado en el arte original
Cada medio tiene su propia temperatura emocional. El acrílico transmite una sensación de asertividad; la acuarela, de intimidad. Los metálicos son performativos, mientras que el grafito o la tinta transmiten una sensación de intimidad, casi hermética. Mezclarlos es como mezclar voces en una conversación: cada uno aporta tono, ritmo y tensión.

Para mí, los materiales físicos de la pintura son inseparables de su simbolismo. Un símbolo pintado de forma plana pierde fuerza; uno tallado, estratificado o rayado gana resonancia. El medio le da cuerpo.
Por eso a menudo pienso en los materiales como metáforas de estados humanos. El brillo es confianza; el mate es silencio. Las grietas son memoria. El brillo es transformación. A través del material, la emoción se vuelve tangible: adquiere textura, presencia y sonido.
La poesía de la sustancia
Pintar simbólicamente es escuchar lo que los materiales quieren decir. A veces, el acrílico se resiste, secándose demasiado rápido; a veces, el cromo inunda la imagen, borrando detalles. Cada accidente se convierte en parte de la historia. El material guía, y yo lo sigo.
En una época en la que las imágenes digitales carecen de peso, la tactilidad de la pintura resulta casi radical. Insiste en la presencia, en el tacto, en la imperfección. La superficie recuerda cada vacilación, cada corrección, cada respiro de incertidumbre.
Por eso la materialidad sigue siendo importante. Da cuerpo a lo invisible. Permite que la emoción deje huella. Al final, cada símbolo en una pintura es también un rastro de contacto: pigmento prensado en significado, gesto convertido en memoria.
A través del material, el arte se convierte no sólo en algo que vemos, sino en algo que sentimos .