Cuando pinto flores, no pienso en ellas como decoración.
Se sienten más como personajes: antiguos, sabios, llenos de un lenguaje tácito. Cada uno lleva consigo un recuerdo distinto, una historia distinta susurrada de generación en generación. En las tradiciones eslavas y otras tradiciones paganas, las flores no eran solo adornos de belleza. Eran protectoras, sanadoras y testigos de rituales. A menudo imagino mis plantas como descendientes de esas creencias: flores que aún recuerdan.

En mi obra, los motivos florales no son estudios realistas de la naturaleza. Son formas psicológicas y simbólicas, un vocabulario al que recurro constantemente. Sus raíces se remontan al bordado popular, a la madera pintada y a los márgenes de los manuscritos iluminados. Pero también viven en el presente, reinterpretados a través de la luz de neón, las texturas metálicas y el contraste surrealista.
Estas no son flores inocentes. Florecen donde el mito y la modernidad se encuentran.
El lenguaje ancestral de los botánicos
En todas las culturas, las flores siempre han tenido significados más profundos que el color o la especie. En el folclore eslavo, la amapola roja se vinculaba al recuerdo y la sangre; la vincapervinca simbolizaba el amor eterno y la protección; se decía que las hojas de helecho, que nunca florecían, ocultaban poderes mágicos. En el lenguaje de la floriografía europea, cada pétalo representaba una palabra: los lirios representaban la pureza, las violetas la modestia, los narcisos la autoconciencia.
Este sistema de botánica simbólica me resulta infinitamente fascinante. Es como un lenguaje emocional codificado: una poesía visual construida a partir de la forma y el color. Cuando pinto, suelo combinar estos motivos tradicionales con una distorsión surrealista: raíces que se entrelazan como venas, flores que parecen ojos o heridas, tallos que se retuercen en gestos.
Es una forma de reconectar con las formas de arte ancestrales sin imitarlas. Quiero que las flores se sientan atormentadas por el recuerdo, pero vivas en su nuevo contexto: en parte ritual, en parte rebelión.
Entre la artesanía y la visión
El arte botánico folclórico siempre ha convivido entre mundos: artesanía y visión, ornamento y expresión. Estaba presente en todo, desde manteles tejidos a mano hasta murales de iglesias, desde delantales bordados hasta fachadas de casas de pueblo. Lo que más me fascina es que estas flores nunca fueron "arte" en el sentido moderno. Fueron creadas para acompañar la vida: para bendecir, proteger, celebrar.

Cuando pinto, intento capturar esa misma energía: la intimidad de las manos que repiten un símbolo hasta que se vuelve sagrado mediante la repetición. Considero mi obra una continuación de ese linaje artesanal, aunque filtrada a través de un vocabulario más contemporáneo: pigmentos metálicos, verdes ácidos, rosas amoratados, el brillo brillante de las superficies modernas.
La tensión entre tradición y modernidad da pulso a las pinturas. Las flores tienen una estructura folclórica, pero una luz urbana; podrían existir en un altar o en una discoteca. Esa ambigüedad me parece auténtica.
La ecología espiritual del folclore
Lo que más me interesa del folclore es su ecología: la forma en que los humanos, la naturaleza y lo invisible fueron alguna vez inseparables. En las cosmologías paganas, las plantas tenían espíritu; escuchaban, sanaban y advertían. Ese sistema de creencias fue descartado durante siglos como superstición, pero creo que era simplemente otra forma de sabiduría, una que reconocía la emoción como parte de la naturaleza.
A menudo pienso que la pintura es mi forma de restaurar esa conexión. Cuando pinto una flor, no la separo de su contexto emocional. No es solo una planta, sino un vehículo para el dolor, el deseo, la nostalgia o la transformación. Cada tallo o pétalo se convierte en un símbolo de cómo se superponen los mundos interior y exterior.

A veces las flores parecen heridas, a veces eufóricas, pero siempre vivas. Me recuerdan que la belleza en el folclore nunca fue estática. Era expresiva, protectora y profundamente humana.
Por qué la botánica folclórica sigue siendo importante
En un mundo donde las imágenes se transforman rápidamente y el significado a menudo se pierde, regresar a los símbolos ancestrales resulta reconfortante. La botánica popular nos recuerda que la belleza aún puede tener una función: emocional, espiritual e incluso protectora. Traen memoria al espacio moderno.
Las pinturas botánicas originales con elementos folclóricos evocan un sentimiento colectivo. Conectan el pasado táctil y artesanal con el presente surrealista. Demuestran que el patrón y la repetición, antes considerados como "artesanía", aún conservan un gran poder intelectual y emocional.
Para mí, pintar estas flores no es nostalgia. Es continuidad.
Es una forma de decir que el arte todavía puede crecer a partir del ritual, que incluso con luz de neón y colores sintéticos, algo antiguo puede volver a florecer.