Un surrealismo femenino arraigado en la emoción
Cuando dibujo a mujeres a través de una lente surrealista, no intento separarlas de la realidad. Busco revelar su lado emocional subyacente. Mis carteles oníricos sobre la feminidad no tratan la condición de mujer como una idea clara y definida. En cambio, se mantienen en el limbo, en esa zona blanda donde los pensamientos se convierten en símbolos y los sentimientos toman forma antes de que aparezcan las palabras. Influencias como la ternura de Guillermo del Toro hacia los monstruos, la fantasía gótica de Tim Burton y la extrañeza poética del realismo mágico guían la atmósfera, pero la emoción proviene de algo más íntimo: los paisajes internos que las mujeres llevan consigo.

Rostros que vagan entre mundos
Las mujeres que retrato a menudo parecen estar sumidas en un sueño. Sus ojos son grandes, reflexivos, a veces cargados de pensamientos silenciosos. Su piel es pálida o de tonos apagados, delineada con líneas más oscuras que transmiten protección en lugar de dureza. Es una feminidad surrealista que no se basa en la perfección ni en la claridad. En cambio, invita a la ambigüedad. Estos rostros no se explican por sí solos. Permanecen en la quietud, como si escucharan algo que solo ellas pueden oír. Colgados en la pared, estos retratos crean una atmósfera que no es decorativa, sino evocadora, casi como una bocanada de aire suspendida en la habitación.
Las plantas como clima emocional
Las plantas de mis carteles femeninos se comportan como si fueran parte de la mente, no del entorno. Las flores se dispersan en direcciones que no existen en la naturaleza. Las enredaderas se enroscan alrededor de los rostros como pensamientos que se repliegan hacia adentro. Los pétalos emergen del cabello, los pómulos o las sombras, portando la suavidad, la tensión o las emociones no resueltas de la figura. En el surrealismo femenino, estas plantas no son belleza. Son el clima emocional. Muestran cómo el mundo interior de una mujer puede ser tierno y salvaje a la vez, floreciendo y retirándose en el mismo instante.
Simbolismo en lugar de feminidad literal
La feminidad surrealista no se define por gestos ni poses. Nunca dibujo mujeres sonriendo para parecer dulces ni mostrando vulnerabilidad con la mirada baja. En cambio, los detalles simbólicos transmiten el significado. Un perfil fragmentado habla de la división del yo. Un ojo desproporcionado revela sensibilidad. Una mano flotante sugiere vacilación o anhelo. Un rostro simétrico refleja equilibrio interior o el deseo de alcanzarlo. Estos símbolos permiten que los carteles femeninos expresen verdad sin caer en clichés. El simbolismo se convierte en un lenguaje que se siente más honesto que la representación literal.

Influencias que dan forma a la atmósfera
Del Toro me enseñó que la oscuridad puede ser tierna. Burton me enseñó que lo extraño puede ser suave. El realismo mágico me enseñó que la emoción puede transformar el mundo físico. Estas influencias perduran en mis trazos y en mi elección de colores. Suelo usar paletas que evocan el amanecer o el atardecer: momentos donde la luz es emocional más que lógica. Los azules se funden en violetas. Los rosas tienen un aire fantasmal. Las sombras se convierten en extensiones de la figura en lugar de interrupciones. Cuando esta atmósfera se introduce en un retrato femenino, se transforma en algo familiar y a la vez inquietante, firme y fluido.
La feminidad como multiplicidad, no como actuación
Uno de los aspectos más importantes de mis carteles surrealistas femeninos es la idea de que una mujer puede ser muchas cosas a la vez: tierna y aguda, reservada y expresiva, dulce e indómita. El surrealismo me permite mostrar esta naturaleza cambiante sin forzarla a una narrativa clara. Un rostro reflejado en dos perfiles revela un conflicto interno. Una forma floral que cubre el pecho sugiere protección. Un contorno surrealista alrededor de los labios insinúa un deseo tácito. Estas capas crean arte mural que permite a las mujeres verse a sí mismas con matices, en lugar de con expectativas preconcebidas.
Feminidad de ensueño en interiores contemporáneos
Al colocarlos en un hogar, los pósteres femeninos de ensueño transforman el ambiente de una habitación. En un interior minimalista, aportan suavidad y profundidad. En un espacio romántico o bohemio, se integran a la atmósfera como una extensión natural de su estado de ánimo. En interiores más modernos y de tonos fríos, actúan como discretos anclas emocionales. Estas obras no abruman; crean un ambiente de suave murmullo, rincones donde la introspección resulta bienvenida.

Un retrato que respira en lugar de actuar
El arte mural surrealista femenino resuena porque se niega a banalizar la feminidad. No invita al espectador a admirar, sino a sentir. Estos retratos respiran con sutileza. Transmiten delicadeza sin fragilidad, misterio sin alienación, belleza sin ostentación. Y al colgar en una pared, evocan una presencia onírica: un recordatorio sutil de que la feminidad es un paisaje, no una pose; un mundo interior en constante transformación que crece, se despliega y se revela con el tiempo.