Los ojos y las flores siempre han compartido una extraña intimidad. Uno pertenece al rostro humano, el otro a la tierra; sin embargo, ambos se abren, florecen y responden a la luz. En obras de arte originales, la fusión de ojos y pétalos crea algo inquietante y hermoso: una visión de la naturaleza que nos devuelve la mirada. No es solo un adorno ni un juego surrealista; es una meditación sobre la conciencia, la percepción y la vulnerabilidad emocional.
Cuando empecé a pintar ojos dentro de flores, al principio no pensaba en términos simbólicos. Lo sentía intuitivo, como dos lenguajes fusionándose en uno. La suavidad de la flor transmitía ternura emocional, mientras que el ojo infundía alerta, una tensión serena. Con el tiempo, el motivo se convirtió en un diálogo recurrente en mi obra: el punto de encuentro entre la visión y la sensibilidad, entre el crecimiento y la conciencia.
El ojo como símbolo de conciencia
El ojo es uno de los símbolos más antiguos de la historia del arte. Desde los antiguos amuletos egipcios hasta los iconos bizantinos y las alegorías renacentistas, siempre ha representado el conocimiento, la vigilancia y la mirada divina. En el arte moderno y marginal, el ojo suele adquirir significados más psicológicos: se convierte en el yo que se observa a sí mismo, o en la presencia invisible que conecta al observador con lo observado.

Al colocarlo dentro de una flor, este antiguo símbolo cambia de tono. Se vuelve menos una cuestión de poder y más de empatía. La mirada deja de ser externa o crítica, para percibirse como interna, emocional. La flor la suaviza, convirtiendo la mirada en algo vivo pero frágil, parte de la naturaleza en lugar de un intruso.
En mis pinturas, estos ojos no siempre son simétricos ni idealizados. Pueden parecer cansados, curiosos o reflexivos, reflejando los múltiples estados de ánimo de la percepción. Son testigos de sentimientos más que instrumentos de control.
Las flores como lenguaje emocional
Las flores se encuentran entre los elementos con mayor carga simbólica del arte. En las tradiciones occidentales, se han vinculado al deseo, la mortalidad y la espiritualidad, desde las pinturas de vanitas del Siglo de Oro neerlandés hasta las flores eróticas de Georgia O'Keeffe. En el folclore eslavo y pagano, las flores tienen una dimensión aún mayor: son portales entre mundos, que crecen de la tierra pero alcanzan lo invisible.

A menudo me inspiro en esta sensibilidad folclórica. Mis plantas no son delicadas flores de jardín; son silvestres, ritualísticas, a veces inquietantemente vivas. Sus pétalos se retuercen como el habla, sus tallos laten como venas. Cuando un ojo emerge de su interior, no se siente decorativo, se siente inevitable. La naturaleza, después de todo, no es pasiva. Observa, reacciona, se adapta.
Pintar estas formas híbridas se convierte en una forma de expresar la permeabilidad entre la emoción humana y el crecimiento orgánico. Una flor que observa encarna ambas: belleza y consciencia entrelazadas.
La tradición surrealista de ver la naturaleza
Existe una larga tradición artística que ha dado consciencia a la naturaleza. Surrealistas como Max Ernst y Leonora Carrington transformaron bosques, plantas y animales en paisajes psicológicos: metáforas de la transformación interior. La idea de que la naturaleza puede observar, sentir o pensar no es una fantasía; es un reconocimiento de nuestra conexión con ella.
En el arte marginal y simbólico, esta idea se vuelve aún más personal. El «ojo botánico» no es solo una imagen surrealista, sino una confesión. Dice: «Veo el mundo y el mundo me ve». Invita a la reciprocidad, a una especie de empatía visual entre el artista, el espectador y el sujeto.
Al pintar estas formas, imagino el instante previo al despertar, el instante en que una flor podría darse cuenta de que está viva. El ojo, incrustado en su interior, representa esa conciencia que emerge de la quietud. El resultado es a la vez tierno y misterioso, como ver florecer el pensamiento en silencio.
Simbolismo emocional y color
El color juega un papel crucial en la forma en que estos motivos transmiten emociones. Los morados intensos y los verdes esmeralda evocan misterio e introspección; los rosas pálidos y los blancos brillantes sugieren sensibilidad y ternura; los contrastes neón transmiten una sensación de inquietud, una tensión entre lo natural y lo sintético. Los tonos metálicos —plata, cromo, oro— actúan como la luz misma: reflejándose, distorsionando, observando.

Al combinarse, estas paletas crean la atmósfera de una naturaleza sensible: una belleza que nos devuelve la mirada. Cada tono se convierte en lenguaje emocional, sugiriendo tanto atracción como inquietud. No es el alegre mundo de la ilustración botánica; es un ecosistema emocional, palpitando con una conciencia serena.
El pétalo observador como metáfora
La fusión de ojos y flores evoca algo profundamente humano: el anhelo de ser visto y el miedo a la exposición. El pétalo que observa se convierte en una metáfora de la visibilidad emocional: la sensación de estar abierto y observado. Es una imagen de vulnerabilidad que no se esconde tras la abstracción.
En interiores, las obras de arte que utilizan este motivo pueden transformar la energía de un espacio. Una pintura con ojos botánicos no solo decora una pared; introduce presencia. Cambia la sensación de una habitación, como si algo vivo estuviera escuchando, no invadiendo, sino presenciando.
Esto es lo que me encanta de este tema: hace que la emoción sea física. La flor observadora es a la vez decoración y consciencia. Nos recuerda que la observación no es pasiva, sino una forma de participación.
Ver y ser visto
En definitiva, los "ojos botánicos" no se centran en la fantasía, sino en la percepción misma. Se preguntan: ¿qué significa mirar? ¿Qué significa ser visto: por la naturaleza, por los demás, por uno mismo?

En estas pinturas, encuentro esa línea entre la belleza externa y la consciencia interna. La mirada es suave pero insistente, como una pregunta que nunca se cierra del todo. Y eso es lo que hace poderosa a la imagen: no termina con la visión, comienza con ella.
Vivir con un arte así —surrealista, simbólico, silenciosamente sensible— es invitar a otro tipo de diálogo. Los pétalos observan, y nosotros les devolvemos la mirada. Entre ambos, algo sucede: la atención se convierte en intimidad y la belleza en consciencia.